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Entre la banalidad inagotable y el terror inconcebible - El cine de ciencia ficción de los cincuenta desde la óptica de Susan Sontag

El artículo La imaginación del desastre de Susan Sontag escrito en 1965 se considera uno de los primeros y más influyentes análisis críticos que abordaron la relación entre el cine de ciencia ficción y catástrofe desde una perspectiva cultural y filosófica. Lo que hizo único el ensayo de Sontag fue su enfoque profundo e interpretativo y la capacidad para asociar el cine de ciencia ficción con las ansiedades sociales, como el miedo a la guerra nuclear y la deshumanización tecnológica. Además, planteó que el cine, en lugar de explorar soluciones científicas o reflexivas como lo hacía la literatura, se centraba en la emoción y el caos sensorial, en una experiencia más visceral que intelectual (Sontag S. , Contra la interpretación, 1996). Sontag interpretó el cine de catástrofes como una forma de entretenimiento que opera como un mecanismo simbólico para que la sociedad procese sus miedos. Estas películas ofrecen un simulacro que permite al público enfrentarse a lo inconcebible —destrucción masiva o colapso social— desde la seguridad de la sala de un cine. Una de las propuestas teóricas del ensayo de Sontag radica precisamente en cómo se abordan la representación desde la literatura en comparación con el cine. Puesto que el cine posee la potencialidad única de representar de manera inmediata y visual lo extraordinario —como deformidades, mutaciones físicas o espectaculares combates con misiles y cohetes—, las películas se enfocan en lo sensorial y emocional; asimismo, suelen mostrar una menor profundidad en el tratamiento de los aspectos científicos respecto a la literatura, lo que limita su capacidad para explorar conceptos complejos con el mismo rigor o detalle (Sontag S. , Contra la interpretación, 1996, pág. 278). En esta línea, Sontag señala que el cine de ciencia ficción no trata realmente sobre ciencia, sino sobre destrucción y desorden. La ciencia, en estas narrativas, opera como un catalizador de las catástrofes en lugar de un recurso hermenéutico. Esta instrumentalización del recurso científico refleja, según la autora, una ambivalencia cultural hacia la tecnología y el progreso que exalta tanto su potencial como sus peligros. El mosaico narrativo actúa como un reflejo del clima político y cultural, donde las imágenes de destrucción global o los alienígenas hostiles aluden a miedos contemporáneos, como la amenaza nuclear o el temor al Otro asociado a ideologías extranjeras.

Lo esencial de la opinión de Sontag radica en la estética de la destrucción, es decir, en la poderosa fascinación que despierta la belleza visual de los estragos masivos, en particular, cuando ocurre en ciudades densamente pobladas y fácilmente identificables, acontecimientos que despiertan un impacto inmediato y visceral en el espectador por la posibilidad del colapso de nuestra civilización. Cabe señalar que el cine de catástrofes no se restringe al subgénero de extraterrestres, sino que también abarca el terror atómico con criaturas mutadas por radiación, eventos climáticos extremos y colisiones de meteoritos. Uno de los primeros ejemplos de este género de catástrofes se halla en el clásico fundacional King Kong (1933), donde una criatura proveniente de un entorno exótico amenaza la ciudad más importante del planeta, Nueva York. El monstruo se identifica con un instrumento de castigo contra los soberbios, los egoístas y aquellos que desafían las normas morales. Al igual que el Doctor Frankenstein es castigado por transgredir las leyes divinas al intentar crear vida, la sociedad moderna es condenada a sufrir la destrucción masiva por haber llevado demasiado lejos su desarrollo tecnológico. En el cine de los años cincuenta, monstruos mutantes, invasiones extraterrestres y meteoritos funcionan como herramientas divinas de castigo, como una advertencia contra la arrogancia de la humanidad que ha pretendido jugar a ser dios. Pero ¿de dónde surge esta necesidad de advertencia que la propia sociedad se hace frente a sus impulsos autodestructivos? El cine bíblico e histórico de los cincuenta —con títulos como Sansón y Dalila (Samson and Delilah, 1949, Cecil B. DeMille), El coloso de Rodas (The Colossus of Rhodes, 1961, Sergio Leone),  Sodoma y Gomorra (Sodom and Gomorrah, 1962, Robert Aldrich y Sergio Leone) — advierte de que esta amenaza tiene raíces antiguas. Estas narrativas encierran un mecanismo cultural de seguridad, diseñado para afianzar los valores morales y garantizar así su cumplimiento bajo la pena de aniquilación. Jerome Franklin Shapiro, en Atomic Bomb Cinema: The Apocalyptic Imagination on Film (2002), sugiere que el principal motor de las ansiedades que representaba el cine de ciencia ficción no fue específicamente el temor a la bomba, sino la persistencia de la tradición primitiva del apocalipsis. Según Shapiro, esta tradición apocalíptica, profundamente arraigada en la cultura, proporcionó un marco simbólico y narrativo que permitió interpretar y dar sentido a los temores contemporáneos, incluidos los asociados a la era nuclear (Shapiro, 2002). Lejos de desaparecer, esta doctrina ha evolucionado y, en las últimas décadas, su manifestación más evidente es la catástrofe ecológica, que sigue actuando como un recordatorio de los peligros inherentes al abuso de los recursos y la desconexión con el entorno natural.

Aún con todo, este planteamiento tiene un carácter polifacético. Si bien la catástrofe bíblica con tintes moralizantes es evidente, su propósito original parece haberse desvirtuado por las particularidades de la industria cinematográfica y su marcado énfasis en lo visual. La intensidad moral del mensaje se diluye, puesto que torna al público en un observador distante, no participante, alguien que simplemente disfruta del espectáculo de la destrucción absoluta. Este cine permite al público desligarse de cualquier carga moral y, por tanto, se entrega sin remordimientos al placer visual de la violencia y la devastación. La destrucción que presentan estas narrativas tiene un carácter desapasionado, diseñado más para impresionar que para provocar empatía. Se trata de una destrucción tecnológica, fría y calculada, que no busca generar terror ni reflexión moral, sino asombro y entretenimiento. Asistimos a una despersonalización del desastre, una experiencia que advirtió Sontag del cine de los cincuenta, pero que es plenamente vigente en la actualidad, hasta el punto de haberse convertido en la norma cinematográfica predominante.

Cynthia Hendershot analiza el citado planteamiento mediante una metodología interdisciplinaria que combina análisis cultural, crítica literaria y cinematográfica, y enfoques teóricos de la psicología social y la filosofía de la ciencia. La autora conecta esta paranoia con los límites de la cosmovisión científica tradicional basada en la física newtoniana, que concebía el universo como un sistema ordenado y comprensible. Frente a un postmodernidad fragmentada, compleja y aleatoria, la paranoia aparece como un síntoma cultural de la crisis del modelo totalizador de carácter positivista. Hendershot argumenta que las narrativas de ciencia ficción y los temores colectivos revelan la desilusión con los ideales de control y comprensión científica, al tiempo que expone un mundo donde el orden clásico se ha desmoronado (Hendershot, 1999).

Regresemos a La imaginación del desastre donde Sontag destaca cómo el género de catástrofes ha construido una mitología contemporánea que refleja los temores hacia lo impersonal y la deshumanización. Los alienígenas, retratados como seres sin emociones y estrictamente regimentados, simbolizan la amenaza de convertirnos en máquinas desprovistas de voluntad, obedientes y deshumanizadas. Estas narrativas reemplazan los antiguos miedos a la animalidad humana —como los que plantea King Kong— con inquietudes sobre la tecnificación y la pérdida de humanidad. El crimen de los alienígenas trasciende el asesinato convencional, puesto que, además de eliminar a sus víctimas, borran completamente cualquier huella de su existencia, bien sea mediante rayos volatilizadores o suplantando la identidad (Sontag S. , Contra la interpretación, 1996, pág. 290). Y concluye el artículo con la reflexión sobre cómo, desde mediados del siglo XX, la angustia existencial fruto de la certeza de la propia muerte, se vio intensificada por el trauma colectivo de la amenaza de extinción global, posibilidad que podría materializarse de forma súbita e inesperada. En el plano psicológico, la imaginación del desastre no es exclusiva de un período histórico, sino que se conecta con expectativas apocalípticas recurrentes que generan una desvinculación radical de la sociedad. La ciencia ficción, según Sontag, simboliza esta respuesta inadecuada frente a los terrores contemporáneos como un medio de la imaginería del desastre para abordar temas complejos como la angustia existencial y los dilemas sociales, aunque constreñido por su condición de producto orientado al entretenimiento comercial. Dos destinos igualmente temibles, pero en apariencia opuestos: la banalidad inagotable y el terror inconcebible (Sontag S. , Contra la interpretación, 1996, págs. 292-294).


Este es un extracto del libro "El extraterrestre eres Tú"


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