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Expresionismo alienígena - El hombre del planeta X

 

Extracto del libro El extraterrestre eres tú



Película completa: El hombre del planeta X


Del mismo modo que en 1950 el filme de bajo presupuesto Rocketship X-M se adelantó por un mes al estreno de Con destino a la Luna para aprovechar el impacto mediático de la película de Eagle-Lion Films y lograr una recaudación en taquilla que de otro modo habría sido impensable, en 1951 el dúo de productores y guionistas Jack Pollexfen y Audrey Wisberg ejecutó una estrategia similar. Conscientes de que ese año los grandes estudios planeaban estrenar al menos dos películas sobre invasiones extraterrestres, el equipo fundó en diciembre de 1950 la productora Mid Century Productions (Brady, 1950), escribió un guion y contrató a Edgar G. Ulmer, un director de culto de origen centroeuropeo, formado en el expresionismo alemán y conocido por su habilidad para transformar limitaciones presupuestarias en resultados dignos dentro del cine de serie B (Warren, 2010, pág. 1340). El proyecto, titulado El hombre del planeta X (The Man from Planet X, 1951), se materializó con una inversión de apenas 41.000 dólares y un rodaje exprés de seis días en los estudios Hal Roach de California (Herzogenrath, 2009, pág. 178). La película de Ulmer, considerada una destacada muestra de estilo, que fusiona una atmósfera expresionista y gótica con un mensaje profundo sobre la ambigüedad del extraterrestre y los riesgos de llevar los principios científicos más allá de sus límites éticos, se estrenó el 9 de marzo de 1951 en San Francisco adelantándose en un mes a El enigma de otro mundo. 

Una nave espacial extraterrestre procedente de un meteorito errante, denominado Planeta X, se estrella en Burray, una isla remota en las Orcadas escocesas. El único ocupante de la nave, un extraterrestre humanoide, es capturado por el reportero estadounidense Lawrence (Robert Clarke), el profesor Elliot (Raymond Bond) y su colega, el científico Mears (William Schallert), quien encarna el estereotipo del científico arrogante. Durante el cautiverio, Mears descubre que el ser alienígena se comunica a través de tonos musicales e, impulsado por su ambición, intenta obtener la fórmula del metal que compone la nave, recurriendo a la tortura al extraterrestre. Sin embargo, el extraterrestre logra escapar y somete al profesor Elliot, a su hija Enid (Margaret Field) y al propio Mears con un rayo mental. En este instante, se revela que el propósito de su misión es el de invadir la Tierra, puesto que su planeta se encuentra al borde de la extinción. En los compases finales del filme, gracias a la intervención del ejército, el extraterrestre es derrotado y el meteorito modifica su curso y se aleja, con la consecuente salvación de la humanidad.

Desde el inicio del metraje, con planos de un páramo escocés azotado por el viento, pantanos envueltos en bruma y castillos góticos, todo captado a través de una fotografía de intensos claroscuros, queda evidente que nos encontramos ante un estilo que hereda la esencia del terror gótico expresionista. No en vano, Edgar G. Ulmer, director de la película, había trabajado previamente como asistente de dirección para Friedrich Wilhelm Murnau y dirigió en Universal Pictures The Black Cat (1934), protagonizada por los memorables referentes del terror Boris Karloff y Bela Lugosi. La influencia del cine expresionista alemán que plasma Ulmer en El hombre del planeta X tiene el propósito de recrear la atmósfera inquietante de Nosferatu de Murnau. Esto se manifiesta en detalles como el espejo pintado de la torre del castillo, las asimétricas estructuras que componen el laboratorio en una segunda torre, reminiscente del castillo de Count Orlok en Nosferatu, y los diseños interiores cuidadosamente elaborados para intensificar la sensación de claustrofobia (Rhodes, 2008, pág. 227). Esta inclinación por dialogar con Nosferatu es una constante en las películas de Ulmer. Un detalle que refuerza esta conexión es que la criatura, interpretada por Pat Goldin, no fue acreditada, una decisión que evoca lo sucedido con Max Schreck, el actor que dio vida al icónico Nosferatu y que tampoco fue incluido en los créditos originales. El guion también revisita el esquema narrativo clásico de Murnau, aquel en el que un ser siniestro amenaza la unión de una pareja enamorada (Herzogenrath, 2009, pág. 179). Este paralelismo se introduce cuando la voz en off de Lawrence al principio de la película expresa su inquietud por el secuestro de Enid —No sé si ella seguirá viva. Fue secuestrada hace veinticuatro horas—, un énfasis inicial en la lucha por rescatar a la protagonista que sitúa el conflicto en un terreno familiar para quienes reconocen los ecos del expresionismo alemán. Los omnipresentes bancos de niebla que sirven para construir la atmósfera de misterio, también se aprovecharon para ocultar, aunque no siempre con éxito, los modestos escenarios, los fondos pintados y el atrezo de papel maché. La decisión de ambientar la historia en una remota isla de Escocia resulta inusual para este género; sin embargo, no debemos especular con sesudas teorías de porque se nos lleva a una localización fuera de los Estados Unidos. Se trata de una explicación pragmática y justificada por el escaso presupuesto. Se adaptó el guion para reutilizar los decorados de Juana de Arco (Joan of Arc, 1948, Victor Fleming) (Warren, 2010, pág. 1343).

La apariencia frágil y el comportamiento casi ingenuo del extraterrestre contrastan notablemente con la ferocidad de otros alienígenas como la criatura frankenstiniana de El enigma de otro mundo. El explorador del planeta X es netamente antropomorfo, de baja estatura, y su debilidad se acentúa por la necesidad de portar una escafandra que le facilita sobrevivir en la atmósfera terrestre. Su rostro, de diseño peculiar, evoca una máscara ceremonial africana, con ojos reducidos a rendijas y orejas, nariz y barbilla puntiagudas pero discretas en comparación con el desproporcionado tamaño de la cabeza (Herzogenrath, 2009, pág. 179). Una luz colocada en el interior del casco acentúa su halo de misterio, reforzado por los efectos de fotografía expresionista, con pronunciados contrastes que juegan con la iluminación y las sombras. Además, su tecnología resulta rudimentaria y pueril en comparación con otros alienígenas. Su rayo láser de control mental, por ejemplo, pierde efectividad si un humano emite contraórdenes a quienes están bajo su influencia —¿en serio?—, lo que merma aún más su posición como amenaza.

A pesar de las virtudes estilísticas de su director, las limitaciones de El hombre del planeta X son evidentes. A los modestos escenarios ya mencionados se suma el carácter excesivamente expositivo y pedante de algunos diálogos. El guion, por momentos, resulta confuso, con lagunas que comprometen su coherencia interna y una evidente contradicción en la actitud del extraterrestre que oscila entre lo amistoso y lo hostil. En un principio, la hostilidad del alienígena parece explicarse por el trato que recibe a manos del Dr. Mears, un personaje cuya ambición científica lo lleva a morir en un acto de expiación. Sin embargo, posteriormente, se menciona que la civilización extraterrestre modificó deliberadamente la órbita de su planeta para dirigirse a la Tierra con intenciones de invasión, lo que contradice su actitud inicial. La confusión alcanza su punto álgido en la escena final, cuando Enid afirma que las intenciones del extraterrestre eran amigables y que fue el trato de Mears lo que provocó su hostilidad. En una entrevista con Cinefantastique, Ulmer explicó que el extraterrestre se concibió como una figura inicialmente benigna, que se vuelve hostil solo después de las acciones agresivas de Mears. Según el director, esto pretendía ser una inversión del Nosferatu: mientras que Drácula era maligno desde el principio, el extraterrestre de Ulmer comienza con la posibilidad de entendimiento. En esta línea, Mears se presentado como el inverso de Renfield, el esclavo de Drácula, al adoptar el rol de torturador del alienígena (Herzogenrath, 2009, pág. 180). En nuestro particular juego del posicionamiento ideológico, El hombre del planeta X afirma la posibilidad de entendimiento con el Otro. Punto para el progresismo. A lo que suma, la denuncia implícita de la arrogancia científica y el militarismo agresivo, responsables desencadenar el conflicto.

Con el tiempo, la obra de Ulmer ha alcanzado el estatus de título de culto, no tanto por una valoración general de la obra, sino como el logro artístico de un director que superó con creces los estándares de la serie B de monstruos, a pesar de contar con un presupuesto tan exiguo (Rhodes, 2008, pág. 231). A diferencia de muchas películas de explotación incluye aciertos argumentales destacados, como la incapacidad del extraterrestre para respirar en la atmósfera terrestre, el uso de la geometría como lenguaje universal y el concepto del control mental, un recurso narrativo que se volvería recurrente en la ciencia ficción de los años posteriores. En su enciclopedia Watching the Skies, Bill Warren señala que las actuaciones fueron más que dignas y destaca especialmente a William Schallert en su interpretación del ambicioso y arrogante científico Mears. Tanto Warren como las críticas de medios como The Hollywood Reporter coincidieron en considerar a la película una de las mejores producciones de serie B de los cincuenta (Warren, 2010, págs. 1344-1345). Distribuida por United Artists, la película generó importantes beneficios para sus productores. Sin embargo, la cifra exacta de su recaudación la considero incierta. Algunas fuentes mencionan ingresos de 1,2 millones de dólares (Herzogenrath, 2009, pág. 178), una cantidad notablemente alta para una cinta de bajo presupuesto; no obstante, en el resumen de taquilla de 1951 publicado por Variety en enero de 1952, El hombre del planeta X no figura entre las películas que superaron el millón de dólares.


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